El Raja yoga es un camino para alinearnos con la divinidad, y aunque todas las religiones apuntan a eso, el nuestro es un camino de autoconocimiento y auto transformación.  

 El auto conocimiento es como la semilla que nos lleva a buscar la divinidad, porque cuando meditamos, si realmente tenemos experiencias, experimentaremos la propia divinidad: paz, amor, pureza. Está en las mismas respuestas de la gente cuando le preguntamos después de una meditación qué sintieron: “calma”, “tranquilidad”. Muchísima gente que nos visita sigue con su religión, su propio camino que la conecta a lo divino. Esos caminos tienen un tipo de sociabilización o hermandad que genera acercamientos. La diferencia con nuestro tipo de meditación está en la introversión, niveles de profundización y de concentración sin los cuales dejamos de tener experiencias sutiles. Nuestra esencia más sutil es el alma. Esa es la vía a la divinidad de nuestro propio ser interior, y a partir de ahí la conexión con el alma suprema.

Lo bueno de este camino es cuando entendemos que eso que buscamos está en nosotros. Depende de nuestro enfoque. Si yo soy paz, pero vivo de manera violenta e intranquila, entonces nos daremos cuenta de que algo no hemos entendido. Y cuando dejamos de tener pensamientos amorosos, pacíficos y empáticos, nos va mostrando que estamos conectados a lo que podríamos llamar “modo social o mundano”, que está totalmente disociado de lo divino y espiritual.
Me gusta mucho asociarlo al ejemplo de cuando vemos un bebé. Si están cubiertas sus necesidades de amor, cuidado, higiene y alimentación, está en paz y contento. Porque el bebé no está socializado, no se comporta de acuerdo a patrones o normas sociales, como cuando si no me gusta algo me quejo o si me dicen algo que no me gusta me enojo. Todas esas conductas en realidad son sociales, no divinas. En los bebés podemos ver de qué está compuesta nuestra forma original.

Nadie nos dice que somos divinos, es más, desde que somos chiquitos nos dicen “sos terrible”, “no seas malo” y un montón de cosas por el estilo. Cosas con las que nos identificamos, nos perdemos de vista y vamos olvidando quiénes somos, de dónde venimos, a qué venimos y a quién pertenecemos. Y ahí es donde perdemos totalmente el rumbo, porque se alimentan los pensamientos de que venimos a ser felices por medio del tener, y que para ser hay que tener, sino, no sos nadie. Pertenecemos a personas que como nosotros están perdidos en las metas del tener, el hacer y ser desde lo social. Pensamos que venimos de personas limitadas e imperfectas y nos olvidamos que venimos de un mundo divino y espiritual, que somos hijos de un Padre Divino y que venimos solo para ser felices y experimentar el amor en las relaciones. Esa es nuestra meta, nuestro sentido de propósito y la verdadera razón por la que estamos en el mundo.

Desde que entramos en el olvido de la paz como nuestra esencia, la ira y la violencia se volvieron la forma de relacionarnos y someternos unos a otros.

Cuando confundimos el amor espiritual con apego, todas las relaciones de buenos deseos, amor y sentimientos elevados de unos por otros, se volvieron formas de manipulación, control y satisfacción personal.

Cuando perdimos la felicidad del alma que es la dicha supra sensorial que no depende de lo físico, pensamos que la felicidad fue tener cosas materiales, y ahí empezó la carrera que no se detiene.
Cuando confundimos el amor espiritual con lo físico, entramos en la lujuria y confundimos el amor y la felicidad con el placer sensorial.

Cuando nos olvidamos que somos almas y que por tanto somos paz, amor, felicidad, pureza, verdad, dejamos de vivir en esos valores y empezamos a vivir desde el ego de pensar que somos un cuerpo y a regirnos desde la ira, el apego, la avaricia, la lujuria y la conciencia de yo y mío. De esa forma los seres dejaron de estar alineados a su divinidad.